En un artículo ofrecido por Naturgy y firmado por Pablo Echegaray Busto, gerente de la empresa de montajes eléctricos Garaysa, se expone, no sin grandes dosis de victimismo, la situación en la que se queda el empresariado gallego tras la posible paralización de varios de los proyectos de producción electrica mediante energía eólica en Galicia.
Obvia el autor del artículo las razones por las que, supuestamente, estos proyectos peligran, algunas de ellas realacionadas con la preservación del medio natural, al tiempo que se lanza a un enfático discurso lleno de afirmaciones que se quedan solo en eso, en afirmaciones que se han de creer por fe ciega, sin llegar en ningún momento a la categoría de verdad demostrable desde un punto de vista científico ni tampoco documental. Negar los daños que causa la industria eólica a la avifauna, al paisaje y a los espacios naturales es como decir que el desarrollo industrial no tiene ni ha tenido consecuencias, cuando ha sido este desarrollo sin límites y sin control lo que está causando la crisis climática que padecemos.
Cabe recordarle a Pablo Echegaray Busto que los recursos naturales y culturales son el bien más preciado de Galicia en estos momentos, pues son bienes perdurables en el tiempo, y las aspas de los molinos dentro de 20 o 30 años no pasarán de la categoría de basura no reciclable, pues su vida útil es la que viene esctita en negro sobre blanco en los proyectos.
Mientras lo primero es para toda la vida, lo segundo puede que desaparezca -o se quede como monumento a la ambición del extractivismo- cuando la burbuja pinche. Pero no es esta la falacia que mayor daño hace a los ojos tras leer el artículo. Por encima de ella podríamos situar la idea de que la industria eólica aporta al medio rural una cantidad inimaginable de mano de obra capaz de evitar la emigración hacia las Américas, tal y como sucedió en el siglo pasado. Si embargo, los datos son más elocuentes que las elucubraciones, y lo único cierto es que la población, en los municipios afectados por industrias eólicas, no solo no ha crecido sino que no para de descender. Si tomamos como referencia los parques eólicos Serras Faro-Farelo, de 128 MW de capacidad, que están ubicados en el municipio de Chantada, en Lugo; y comprobamos el número de habitantes en la zona, veremos cómo la población va en picado. Según estos datos públicos, de los 16.144 empadronados en 2005, que es cuando se inauguró la instalación eólica, en 2022 solo quedaban 12.794. Es cierto que en muchos de estos concellos han aumentando las obras del cemento y deportivas, además de padecer o disfrutar de grandes festejos, pero también aumentado las molestias causadas por las aspas, se ha degradado el paisaje y han perdido valor las viviendas; y qué duda cabe que estos citados recursos económicos pudieran haber llegado de otro modo más sostenible.
La segunda falacia en importancia, y la última en ser analizada, a falta de mayor extensión para ello, es la supuesta bondad de la energía producida. Hoy por hoy, la red eléctrica es incapaz de absorber y dar salida a toda la energía generada, demostrándose que gran parte de esta energía es innecesaria, hasta tal punto de colocar el precio mayorista del kilowatio en números negativos. Es decir, se produce mucho más de lo que se consume, y por esta razón vemos de vez en cuando los eólicos parados aún cuando hace viento. O dicho de otro modo: las grandes ciudades, muchas de ellas fuera de Galicia -que es donde va a parar la electricidad que produce Galicia-, pueden existir perfectamente sin la construcción de más industrias eólicas. ¿Por qué entonces ese empeño en llevarlas a cabo a toda costa? ¿Por qué tanta prisa? ¿Por qué no pensar en una planificación al menos y que no entre en conlicto con otros sectores productivos (como la pesca)?
No me digan que los empresarios del sector están preocupadísimos por la crisis climatica, porque esto sería como afirmar que a quien más les duele la herida no es al que la sufre sino a quien la hace (y no la paga). También aquí los datos son claros, las emisiones de CO2 a la atmósfera no han dejado de crecer, pese a la actividad de la industria de renovables, quizá porque esta es profundamente dependiente de los fósiles y de la extracción de materias primas. Quizá, se nos ocurre, solo exista una razón en el fondo, y es el cobro de subvenciones y ayudas provenientes de la fábrica de dinero y fantasía de Europa. De acuerdo. ¿Y qué pasará cuando esta lluvia de riqueza se convierta en deuda?